Ahí lo veo a Neymar, que acaba de meter un gol pasado el minuto 90 en el arco de Costa Rica. Ahí lo veo a Neymar, arrodillado, llorando con la sinceridad de un gurí chico, mientras se tapa la cara con las manos. Es, junto a Ronaldo y Messi, uno de los elegidos por el don de esto: jugar al fútbol con pirueta y atletismo y meter goles. No se les pide más ¿o sí? ¿Por qué llora con angustia si ganó?
Cada vez que juega Argentina quiero que gane. Ante cada gol que se comieron me agarré la cabeza con la impronta del fracaso. Analizo por qué. ¿Porque me interesa la historia del fútbol argentino? ¿Porque entiendo quién fue Grondona o el 38-38? ¿Porque creo que son la mejor selección del mundo? No. Porque ahí juega Messi, el mejor de todos, y porque de pronto me olvido de sus millones y de su incubadora de cristal que es Barcelona y me da como pena verlo arrastrar los pies, como las alas, cada vez que no pudo.
¿No pudo qué? Eventualmente meter un gol. ¿Lo vieron a Messi? Vieron cómo agarra viento a la camiseta desde la mitad de la cancha y se desmarca una, dos, tres veces. Gira en su eje, como flotando, se saca uno de arriba, pero tiene tres más que lo marcan solo a él, porque es Messi. Hay energía ahí, que dosifica y se apaga de pronto, después del remate que no entra y ahí, como un muñeco de cuerda se desinfla y la toma desde arriba lo muestra caminando, cuando la pelota ya está lejos, en el área contraria. Pero de pronto vuelve, y el muñeco a cuerda se activa de pronto y otra vez esa magia de pocos, qué lindo que juega, qué gracia, solo él corre con la pelota imantada en el empeine, pero no está fino, y la red no vibra. Entonces lo bajan de un hondazo. Porque si no hacés goles no sos el mejor del mundo.
Decía que después de ese esfuerzo me da como pena que no meta goles, que no le tape la boca a la gilada de las patrias y los nacionalismos que reverberan y dan miedo. ¿Pena? ¿Pena de un pibe al que le pagan el PBI de algún país por hacer lo que tiene que hacer?
Después, ese cuarto poder: el periodismo deportivo argentino y su caricatura creada a imagen y semejanza de cada palabra emitida. De pronto sintonizamos a Liberman –¡a Liberman!- como si fuera el gurú que va a enunciar la derrota y, por lo tanto, ordenarla. Y Fox Sport de pronto es trending topic, porque después de las que se pierden viene el show, y a todos nos gustan los exabruptos, las peleas cuando se pierde la sensatez que de por sí, no abunda en este rubro de opiniones y subjetividades de las puras y duras. La culpa, dicen, es de Messi, que ahora, además de no meter goles, de jugar parado, se ha convertido maquiavélicamente en aquel que mueve los hilos de una selección entera. ¿En serio?
Y de pronto la opinión general, siempre tiranía. Messi camina en la cancha. La verdad que no tengo ni idea si Messi maneja los hilos del equipo y de si Sampaoli es un títere. No tengo ni idea si Messi juega o no con sus amigos y si va a la misma barbería careta que Otamendi. Yo sé que Argentina tiene al mejor del mundo, ese que cuando termina de jugar se va a dormir, según relataba la crónica de Leonardo Faccio y que lo desprecian porque no hace lo que tiene que hacer: goles.
Los periodistas de cafetín que cabildean la opinión pública le piden a un millennial –una generación que desde su aparente desidia juega a otra cosa- el caudillismo, el boliche, la camiseta secando la transpiración de la frente luego del escupitajo que amedrenta a los pies del rival. Y no recordamos que Messi es un gurí al que le dicen pulga. Que supo lo que es ver crecer al mundo mientras a él una hormona fallada del crecimiento lo privaba de la perspectiva del resto –por eso, entre otras cosas, es un distinto- y de su sueño, el que cumplió después vaya a saber con qué pócimas de la ciencia y la farmacia de su Barcelona. El Club que le dio vida, el que sabe que es uno de los mejores, el que le da la ilusión de libertad más libre de todas: equivocarse y aprender. Seguir. ¿Cómo no va a dejar todo en el Barcelona? Aprendiste con Pep Guardiola y ahora tenés que escuchar a un tipo que escribió un libro que se llama Mis latidos darte órdenes. Debe ser terrible ser grande y que no haya maestros de los que aprender.
Si yo estuviera en los botines de este pibe, ¿iría henchida de orgullo a jugar por una camiseta que visto con más pesar que gloria, que me susurra desde sus costuras y sus tramas que nada de lo que hice alcanza, que las finales, que las jugadas de ensueño al borde del abismo del área, que los desmarques únicos cuando vienen de a tres, no alcanzaron para forjar en la memoria algo más preciado que un resultado?
Y de pronto el meme: Messi vistiendo la camiseta de Uruguay en una cédula uruguaya. Acá, donde un cuarto puesto agónico en Sudáfrica ya pasó a la historia de las hazañas colectivas. Acá, que sabemos lo que es que nos vapuleen al ídolo, que lo echen de un mundial con la impronta de un delincuente, acá que sabemos que si no se juega a nada se sufre, pero hay 11 ahí y 3 millones en un living.
Messi no es un caudillo. Ningún jugador de fútbol lo es, aunque nos guste la mitología de los cuchillos entre los dientes y aún, increíblemente, creamos en el concepto de patria como si fuera un manto que cobija y une. Por favor.
Tengo ganas de ver un gol de Messi que gritará con prudencia y sin luces, porque como al albatros, le hicieron creer que no vale lo que vale. Y eso, seguramente, le pesa más que todos sus millones, que todos sus sponsors, que todo su don.
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